Todos los de la comitiva huyeron asustados por las amenazas de aquel extraño caballero; todos, menos el mozo de mulas, que era vizcaíno, el cual, enfrentándose gallardamente a don Quijote, le dijo:

-"Anda caballero que mal andes, que si no dejas el coche, te las verás conmigo."

Don Quijote, con su espada y rodela, y el vizcaíno, con otra espada -defendiéndose de los mandobles de su rival con una almohada que cogió del coche- se enzarzaron en feroz batalla, de la que resultó vencedor el hidalgo manchego, quien perdonó a su enemigo a cambio de que éste se fuera al Toboso, a ponerse a disposición de la hermosa Dulcinea.

Diéronse prisa después caballero y escudero por llegar a poblado antes de que anocheciese, y llegaron a una choza de unos cabreros, con los que pasaron la noche en amigable compañía.

A la mañana siguiente, don Quijote y Sancho prosiguieron su camino y entraron en un bosque. Se apearon allí, dejando al jumento y a Rocinante pacer de la mucha yerba que en un prado había, y ellos comieron los alimentos que el escudero llevaba en sus alforjas.

Andaba por aquel valle paciendo una manada de jacas de unos arrieros yangüeses. Rocinante puso los ojos en una de ellas, que le pareció la más bonita y, tomando un trotecillo alegre, se fue a cortejarla; pero los yangüeses acudieron con sus estacas y le molieron a palos.

Don Quijote y Sancho corrieron en ayuda del pobre Rocinante, recibiendo el mismo trato que éste. Después de esta desafortunada aventura, molidos y quebrantados, llegaron a una venta y entraron en ella.

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