Maritornes, que era la moza que trabajaba en aquella venta, curó a caballero y escudero de sus heridas. Don Quijote preparó un salutífero bálsamo siguiendo la receta que había leído en sus libros caballerescos y que, según él, curaba todo. Era el bálsamo de Fierabrás. En cuanto lo bebió, cayó redondo sobre el camastro y estuvo durmiendo durante varias horas.
Admirado Sancho de la virtud de aquel misterioso licor, quiso probarlo, pero cuando lo hizo, se puso malísimo. Don Quijote, que ya se había despertado, contestó:
-"Yo creo, Sancho, que todo este mal te viene de no ser armado caballero."
Al día siguiente, al salir de la venta, Juan Palomeque -que así se llamaba el ventero- reclamó a don Quijote la paga por la posada. Nuestro caballero se sorprendió mucho, porque había creído que aquello era un castillo, pero respondió:
-"Los caballeros andantes jamás pagaron posada", y picando a Rocinante, abandonó la venta. Pero los arrieros que allí estaban cogieron a Sancho, lo echaron sobre una manta y lo mantearon de lo lindo.
Llegó Sancho a su amo tan desmayado, que no podía arrear a su jumento. Cuando le vio así don Quijote, dijo:
-"Aquel castillo está encantado, porque los que te mantearon no podían ser sino fantasmas. Pues no pude saltar las bardas del corral para ayudarte, porque me debían tener encantado."
En esto, vieron que por el camino se acercaba una espesa polvareda; don Quijote se volvió a Sancho, afirmando:
-"Ese es el ejército del gran emperador Alifanfarón de la Trapobana."