Mientras el ventero se llevaba a don Quijote a su lecho, para que reposara del cansancio de tantos incidentes, el licenciado informó al cuadrillero de la locura de su amigo, y cómo, por ella había hecho lo que hizo. Entonces, concertaron un plan para llevar al pobre don Alonso a su casa...

Al llegar el alba, los cuadrilleros, disfrazados como gente encantada de aquel castillo, sacaron a don Quijote de la cama, sin que él se despertase, y saliendo todos de la venta, metieron al dormido caballero dentro de una jaula hecha de palos que había sobre una carreta de bueyes. Luego se pusieron en marcha hacia el pueblo de nuestro hidalgo.

Al despertar, don Quijote se vio enjaulado y encima de un carro. Los cuadrilleros, disfrazados, custodiaban la carreta, y Sancho -que no comprendía nada de los que estaba ocurriendo- iba detrás, montado sobre su burro y llevando de las riendas a Rocinante.

Don Quijote llamó a su escudero y le dijo:

-"Muchas historias he leído de caballeros andantes, pero jamás que los llevaran de esta manera."

Llegaron a un valle, donde desuncieron a los bueyes para que descansaran, y  Sancho rogó al cura que dejase salir a don Quijote de la jaula...

-"Yo doy palabra de no escapar -terció éste-, cuanto más que estando encantado, no tengo libertad para hacerlo."

Con esta promesa, le dejaron salir de su encierro, y a la sombra de unos árboles se sentaron y comieron.

En aquel valle había una ermita, a la que se dirigía una procesión desde una aldea cercana. Don Quijote, que vio los extraños trajes de las gentes que formaban la procesión, se imaginó que era cosa de aventura.

Volver    Seguir